miércoles, 16 de enero de 2008

El ser entrañable



En Avellaneda, el Bocha filtra mágicamente un pase entre decenas de piernas que, poco antes, parecían ser fuertes y cuantiosas como los tentáculos de un pulpo. Asimismo, otros muestran sus destrezas tirando caños en humildes canchitas atravesadas por extensas autopistas.
En Paris, el Willi con su soberbio revés deja inmóvil a los cientos que conforman la élite tenística mundial. Veinte años más tarde, en nuestra tierra; otros ya más viejos y en canchas de pádel intentan que su saque, de una vez por todas, supere la red.
El Manu, que de pequeño soñaba con ser gigante como Jordan y el Tito, que sueña con ser más enorme de lo que hoy es Manu. En este momento, en pleno centro porteño, cerca 10 mil entusiastas corren, seguramente jugarán a ser Abebe Bikila, aunque sin importarles ser megaestrellas.
En la zona oeste del Gran Buenos Aires, algunos se divierten jugando a las bochas en el club Laureles Argentinos; al mismo tiempo otros, más jovencitos y en la playa compiten en un beach vóley apasionante sin interesarles la intangibilidad del premio.
La corrida, el impulso, la elevación, y luego el salto a más de 5,50mts del llano, son acciones que pertenecen a un concentrado garrochista llamado Germán Chiaraviglio, en plena preparación olímpica. Inmediatamente, descubro el bailoteo, los amagues, un jab de izquierda y luego un poderoso Cross de derecha que no corresponden, en este caso, a Carlitos Monzón, sino al Pocho que sueña con salir de la cruel marginalidad social…
¿Qué tienen en común estos personajes? Es cierto que son todos argentinos, pero por sobre todo son deportistas. Sí, no hay error de tipeo. Son todos deportistas porque así lo sienten, porque así lo viven. Incluyendo desde el niño basquetbolista que ve a su ídolo brillar en la NBA; hasta el grupo de canosos que juega un rato a las bochas. Entonces: ¿Qué es un deportista? ¿Cuál es el parámetro que lo determina? Las respuestas son interminables, la verdad no es absoluta. Por lo tanto, no será desacertado remitirnos en algún momento a diversas fuentes.
La afirmación que propongo es que: “todos alguna vez fuimos deportistas”, claro, es sencillo, sólo que no todos lo practicaron o practican en el mismo nivel, y con distintos objetivos.
Antes que nada hay que mencionar que el deporte, en cualquiera de todas sus extensas ramas, tarde o temprano nos llama. Por más canas que hubiera, por más incapacidad física o técnica, siempre hay un deportista dentro que puja por salir. No es casualidad observar la innumerable cantidad de deportistas que, una vez retirados, no saben qué hacer con el tiempo libre, que a decir verdad, se hace interminable. Es más, me animaría a diagnosticar que gran parte de ellos sufre una grave crisis de existencia, padece un profundo vacío existencial; sólo solucionable con una actividad ligada al deporte-director técnico, mánager, comentarista deportivo, jugador veterano o representante de jugadores-
De todas maneras, al margen de estas apreciaciones, ¿Qué es realmente un deportista? Un deportista es un artista generador de cultura, ¿O acaso no todo lo que crea, hace y desarrolla el hombre es cultura? El filósofo Arthur Schopenhauer decía que, la vida oscilaba entre dolor y tedio, y lo único que logrará “salvarnos” es el arte y la ascesis. ¿El deporte no es un arte? La respuesta, según esta visión, indicaría que sí, dado que cuando se lo realiza provoca satisfacción.
Del general Juan D. Perón salió la aseveración de que: “los deportistas son los mejores embajadores del país”. Seguramente habrá vivenciado como ellos “vendían” y representaban de la mejor manera a la Argentina con sus respectivos logros internacionales.
Hay que destacar que el verdadero deportista ama lo que hace. Ser deportista significa: resignar las vacaciones para jugar torneos o realizar fatigosas pretemporadas; resignar los sábados nocturnos porque al otro día compite; resignar los ravioles tuqueros porque le caerán pesados; resignar esa Coca que tanto le gusta ,ya que el nutricionista se lo prohíbe; resignar vivir en familia para irse lejos, a miles de kilómetros, a encerrarse en un hotel; tener los ojos abiertos en la noche anterior a la competencia ; resignar horas de descanso en pos de entrenar y entrenar para superarse , por consiguiente significará superar al rival.
El deportista profesional sufre: su cuerpo se jubila muy joven. En algunos casos, resigna los juegos de la infancia. Él jamás cambiaría el logro de una medalla olímpica o un título mundial por sacarse la lotería; sin embargo, aunque lo medita jamás se arrepiente.
El verdadero deportista, sueña. Sabe que todo es tan o más duro que sus músculos. Y aún así, esperanzado, elige recorrer el trayecto a la elite que, por estos pagos, pareciera ser aún mucho más largo. Por todo lo que hace merecería su Día, aunque pensándolo bien su “día de gloria” lo elegirán sus manos, su cabeza y sus pies.
El deportista, señores, un ser entrañable capaz de alegrar el día a todos. Sin duda, a todos.

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